Esta aparente contradicción de defender terapias ineficaces o, incluso perjudiciales
 (p.ej.: por cronificantes), por ser "más baratas" o más accesibles para
 los que las emplean, hace que sea necesario recordar que no hay nada 
más caro que lo que es inútil. Como todo el mundo sabe, generalmente lo 
barato termina resultando caro.
A la luz de estas declaraciones, es necesario recordar, una vez más, que:
1. El tratamiento farmacológico no es el mejor tratamiento disponible.
 La terapia psicológica ha demostrado ser una alternativa más eficaz y 
económica que los fármacos para el tratamiento de la ansiedad y de la 
depresión y, a diferencia del tratamiento farmacológico, no supone 
ningún riesgo para la salud y no presenta ningún efecto secundario 
adverso. Entre las ventajas que conlleva la terapia psicológica frente 
al tratamiento farmacológico se incluyen: el mantenimiento de los 
cambios terapéuticos a largo plazo, una mayor adherencia al tratamiento,
 una disminución significativa del riesgo de recaídas, una elevada tasa 
de recuperación (es decir, a diferencia de los fármacos, no deja ninguna
 "patología residual"), la prevención de la cronificación de la 
patología del paciente y la disminución del número de visitas al médico y
 de los días de hospitalización (con la consecuente disminución de la 
carga económica para los sistemas sanitarios). 
2. Los organismos competentes en materia de salud
 -como la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Instituto Nacional 
para la Salud y la Excelencia Clínica del Reino Unido (NICE), la 
Federación Mundial de la Salud Mental (WFMH) o la Asociación Americana 
de Psicología (APA)-, y las principales guías de práctica clínica basadas en la evidencia científica (tanto nacionales como internacionales), recomiendan la terapia cognitivo-conductual como el tratamiento de primera elección
 para el trastorno depresivo leve y moderado, el trastorno de angustia, 
el trastorno obsesivo-compulsivo, el trastorno de ansiedad generalizada y
 las fobias específicas. El tratamiento farmacológico, principalmente 
basado en antidepresivos o ansiolíticos, está contraindicado para 
mujeres embarazadas, niños y adolescentes o personas que presenten 
problemas crónicos de salud física, debido a los riesgos que conlleva 
para su salud, su posible riesgo de adicción o síndrome de abstinencia 
tras su interrupción brusca. Sólo en los casos más graves se recomienda 
el uso de medicación, y siempre en combinación con tratamiento psicológico,
 e informando al paciente sobre los objetivos terapéuticos, la duración 
del tratamiento farmacológico, los posibles efectos secundarios y los 
riesgos que supone.
3. La tendencia a recetar fármacos de manera abusiva
 (a pesar de sus efectos secundarios, de su dudosa eficacia para el 
tratamiento de algunas dolencias y del elevado coste económico que 
suponen), tiene serias repercusiones que trascienden al ámbito personal o
 social. Esta insistencia en anclarse en un modelo de intervención -el 
farmacológico- que ha demostrado no ser el mejor tratamiento disponible,
 cuestiona gravemente la calidad asistencial que se ofrece a los 
ciudadanos y pone en evidencia los intereses de la industria 
farmacéutica (y de determinados colectivos de la psiquiatría) en 
perpetuar estos modelos de actuación en salud mental.
4. Diferentes informes, como el informe elaborado por
 el Grupo de Política de Salud Mental del Centro de Actuaciones 
Económicas de la Escuela de Economía de Londres (The Centre for Economic Performance’s Mental Health Policy Group, London School of Economics), titulado The Depression Report,
 advierten de la necesidad de intervenir de la manera más eficaz, 
eficiente y efectiva sobre la elevada incidencia de trastornos mentales 
comunes, recomendando la intervención psicológica (por su mejor relación coste/beneficio) frente a la prescripción de fármacos.
 Este modelo de actuación se ha puesto en práctica con éxito en el Reino
 Unido, donde se han incorporado un buen número de psicólogos en los 
servicios de Atención Primaria para ofrecer tratamiento psicológico 
basado en la evidencia y cubrir la demanda asistencial que requieren los
 problemas de ansiedad y depresión. Los informes y estudios publicados 
muestran el éxito de esta estrategia de actuación frente al abordaje 
farmacológico tradicional, así como la gran satisfacción manifestada por
 parte de los usuarios de los servicios de salud de ese país.
5. En España, la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) ha publicado un informe en el que solicita un mayor acceso al tratamiento psicológico y más especialistas de salud mental en los centros de Atención Primaria de nuestro país, ya que "los antidepresivos y tranquilizantes se prescriben en demasiados ocasiones, a pesar de que el tratamiento de elección para la ansiedad y la depresión debe ser la psicoterapia". La
 OCU entiende que el coste de la generalización del tratamiento 
psicológico se vería ampliamente compensado con la reducción de las 
bajas laborales por ansiedad y depresión.
Por todo esto, podría ser útil que nuestras 
autoridades reflexionaran acerca de qué intereses están condicionando 
que no se provea a la población con los mejores tratamientos posibles, 
según demuestra la evidencia científica, siendo que, además, resultan 
ser los más económicos y los que más propician la reducción del gasto 
sanitario y social (incapacidad laboral) a medio y largo plazo. ¿Tiene 
sentido que sigamos apostando por terapias menos eficientes en un 
sistema público que requiere cada vez más del uso de la mayor 
racionalidad económica para garantizar su sostenibilidad?